1/20/2012

EDITORIAL


                     Un pueblo olvidado

Los Tarahumaras, prácticamente últimos vestigios puros de las razas indígenas de México, que se han negado a mezclar su sangre con chabochis (blancos o mestizos) son un pueblo olvidado.

Olvidado por las autoridades que solo se acuerdan de ellos, a veces, en tiempos de campaña o cuando trascienden noticias de que la tragedia de esa estoica raza se agudiza y del hambre pasa a la muerte.

Habitantes de los más recónditos parajes de la Sierra Madre Occidental, región llamada también sierra tarahumara, las cuevas son sus “casas”.

La naturaleza los ha dotado de alta resistencia a las bajas temperaturas y se distinguen por su capacidad para correr largas distancias de ahí que la definición de rarámuri en español es “de pies ligeros”.

Por su apego a las montañas y a sus tradiciones, los tarahumara son un pueblo olvidado, que sobrevive en medio de la escasez de alimento y cobijo.

Se niegan a cambiar su forma de vida y apenas algunos se asoman al mundo civilizado para vender manualidades o cobrar por que les tomen fotografías.
La mayoría no baja de la montaña.

De acuerdo con cifras proporcionadas por el gobierno de Chihuahua, en los últimos dos años han muerto de hambre 75 tarahumaras.

El año pasado, los días 30 de noviembre y 1º de diciembre, el Presidente Felipe Calderón estuvo de gira por esa región de la sierra, en Guachochi y Batopilas, poblaciones serranas pero accesibles, a las que la publicidad oficial calificó como “el corazón del pueblo tarahumara”, pero que no son el corazón real de esa comunidad.

Ahí, en un acto con promotores bilingües de Oportunidades “refrendó su compromiso con los indígenas y los mas pobres del país”, “convivió” con un
grupo de rarámuris en un albergue y se tomó decenas de fotos entregando cobijas y chamarras a niños y jóvenes. La crónica oficial dijo que asó bombones, tomó atole de arroz y comió tamales y buñuelos…”

Como si los tarahumaras conocieran los bombones, atole de arroz y buñuelos, cuando su escaso alimento es a base de raíces, frutos silvestres y maíz, cuando hay.

La realidad, el drama de esa etnia va mucho mas allá de lo que la generalidad de los mexicanos sabemos. Y es grave que los políticos se aprovechen de su miseria y su tragedia para fines mediáticos.

Grave que un Presidente vaya a lugares muy accesibles de la sierra tarahumara solo a ofrecer cobijas, despensas y hasta media tonelada de zapatos que esos indígenas no usan.

Grave que “reitere” compromisos de apoyo cuando está a punto de concluir su mandato mientras que en cinco años no les dio nada que valga la pena.

Los tarahumaras necesitan, ahorita, ayuda, si. Pero esos rarámuris, como millones de mexicanos de otras regiones del país, de las ciudades mismas, necesitan soluciones definitivas, no solo limosnas gubernamentales.

Que un gobernante les lleve o mande despensas, artículos decomisados que tienen meses o años almacenados, y compromisos que no se cumplirán es una burla para esos seres humanos, dignos de admiración por su fortaleza, por su arraigo a su tierra, por su decisión de mantener incólumes sus raíces y sus costumbres.

Pero al margen de la indolencia y limosnas de las autoridades, en estos momentos en que el hambre y las inclementes bajas temperaturas azotan y diezman a ese pueblo olvidado se requiere de ayuda emergente.

De ahí que instituciones como la Universidad Autónoma de Sinaloa y otras estén realizando colecta de víveres y ropa de abrigo para hacerlos llegar a ese pueblo. Hay que apoyarlas.

Pero después, si hay que promover acciones reales, ajenas a la demagogia de algunos políticos.

Hay que rescatar a ese pueblo, que es parte de nuestro México, es la herencia viva de lo que fueron los primeros moradores de lo que hoy es nuestro país.

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